martes, 9 de abril de 2013

ellas, nosotras, tú, yo.

Yo en esta vida veo dos tipos de mujeres:

las princesas bien puestas que esperan a ser rescatadas por un principe montando a caballo y las princesas que puestas de caballo se montan al principe sin espera alguna.

A mí personalmente... no me gusta que me hagan esperar.



viernes, 5 de abril de 2013

Marta.



Sé que es una de las mayores estupideces que cometemos los adultos. Es decir, ¿qué sentido tiene ir a un local nocturno porque has discutido con tu mujer? El bar está lleno de ricachones, de viejos verdes, jóvenes curiosos,  borrachos asiduos, comensales de alguna cena de trabajo que se alarga, los de las despedidas de soltero y luego, nosotros. Los que tenemos la cabeza agachada en la barra del bar mientras miramos a las bailarinas con… disimulo, como si se estuviese cometiendo un crimen. En la mano llevamos un vaso de algo “doble”; aunque no bebas de normal, aunque no lo pidas nunca, se pide “doble”. La camarera mira con desprecio cuando lo sirve. Sus ojos dicen “eres gilipollas, vete de aquí e intenta solucionarlo”, pero no le pagan por ello y vierte el contenido en silencio.  Todos hacemos lo mismo: damos pequeños sorbos al vaso y disimulamos la cara de repulsión mientras recordamos los tiempos antes de “ella”. “Yo me ligaba a chicas como esas a docenas” pensamos mientras miramos a la despampanante bailarina. Autoengaño. Autoconsuelo. 

La morena que está bailando en el centro del local es absolutamente increíble. Mulata, melena hasta la cintura y unas curvas que quitan el aliento. Tiene los pechos operados; demasiado turgentes, duros, inmóviles…pero ¿a quién le importa? Me fijo en su trasero. No sabría decir. Es grande, pero podría ser natural. Me hipnotiza su balanceo de caderas. Su ropa de brillantes deja poco espacio a la imaginación y la lluvia de billetes de los de la despedida de soltero empieza a ser abundante en el sujetador. Quién no querría perderse una noche en esa piel tostada. La maldita personificación del pecado capital.  Mi mente se empieza a imaginar una escena de sexo salvaje con ella: podría ser la noche de mi vida, un no parar de gozar, placer hasta explotar. Estoy disfrutándola en mi cabeza cuando  se acerca a la barra, con paso decidido, sin esa sensualidad que le aportaba el pequeño escenario. Al principio, me parece que viene hacia mí, y no me siento capaz de soportarlo, pero veo que ni repara en mí. “Cuida del pequeño durante un par de horas y que me releve Marta, me llevo a ésos” le ordena a la camarera mientras señala el grupo de la despedida de soltero. La camarera asiente. La bailarina se mete a la barra, se dirige al almacén y le veo besar en la frente a un crío con su mismo color de piel, que la mira con ojos vidriosos que parecen decir “otra vez no, por favor”. Sale envuelta en una bata de colorines y brillantes y se dirige con los ojos tan rojos como los labios hacia el grupo de hombres que la esperan con miradas lascivas.

-        - ¿Acaso esperabas encontrar amor aquí?- oigo una voz femenina a mis espaldas. Me giro. Una chica joven, no muy alta. Tiene el pelo corto y unos ojos esmeralda acusadores. Su cara de muñeca de porcelana contrasta con su carácter de acero.
-        - No...yo…- balbuceo. Colorado. Puede que tenga diez años menos que yo y me ha azotado verbalmente como a un niño.
-        -Mira, si quieres amor te vas al parque, que por lo menos los quinceañeros se meten mano porque creen quererse. Aquí se está por obligación.- toma un trago de una botella de agua. ¿Quién bebe agua en un sitio así a altas horas de la mañana?- Ella volverá con dinero para dar un colchón para “su pequeño”; el precio a pagar es muy alto, pero ha decidido que merece la pena. Otras noches no tiene tanta suerte: o no hay gente o vuelves bien jodida– Me estoy sintiendo realmente incómodo. Me dispongo a sacar la cartera, quiero pagar e irme de este infierno al que me está sometiendo. Saco un billete grande, se lo entrego a la camarera que nos mira atónita. Me devuelve el cambio y con un gesto con la mano la detengo como diciendo “quédate con la vuelta”. – No nos pagan por compasión, nos pagan por follar. Así que puede guardarse la propina para la misa de mañana. – sentencia la joven.

Nada más acabar la frase, se quita el abrigo negro enorme que lleva y deja al descubierto unos pantalones de látex ajustadísimos y un pequeño top de tela que le deja la espalda al descubierto. Es muy atractiva, pero de una manera muy particular y personal. Deja en abrigo en la barra, la camarera lo recoge y le dice: “mucha suerte, Marta”. Ella va dando zancadas hacia el escenario, directa, segura, como llevada por todo ese odio que parece motivarla.

No quiero ver más. Cojo mi chaqueta y me largo sin mirar atrás, aunque desde el escenario los ojos de Marta clavados en mi nuca hacen que se me hiele la sangre.

Llego sigilosamente a casa. Mi mujer parece haber podido conciliar el sueño, pero la almohada todavía está húmeda y tiene restos de rímel. Me siento el ser más despreciable del planeta. Me tumbo a su lado con la ropa, la abrazo por detrás y le digo que lo siento, que la quiero, y que soy realmente afortunado. No contesta, pero no voy a soltarla. Nunca.

sábado, 30 de marzo de 2013

piedra en el camino



A veces la realidad supera la ficción y merece ser contada. (Qué sería la vida sin contradicciones. Segunda entrada y ya ignoro lo escrito en la anterior.) Ayer quise a alguien casi desconocido para mí. Nunca he creído en el amor a primera vista ni en esas personas que te cuentan todo sin preliminares; hay que asegurarse que la tierra es fértil antes de plantar nada. Pero lo que ocurrió probablemente me haga reflexionar y retractarme.

Ayer noche volvía pronto. Quien dice volver dice huir. Y quien dice huir dice querer desaparecer. Hasta la mejor de las noches puede torcerse con pocas palabras.

Descendí del autobús a mi llegada y alguien me abrazó con fuerza por detrás. Con cariño, un abrazo de esos completos que se dan y de verdad y no como un trámite, pero sin esa seguridad de gente que te abraza habitualmente. Era alguien capaz de rodearme con sus brazos pero incapaz de haberse sentado a mi lado en el autobús, preguntarme por qué me tapaba la cara con el pelo, me mordía el labio inferior y toquiteaba el móvil con ansiedad. No sé bien por qué no me asusté ni me importó. En otra ocasión habría reaccionado de otra forma, pero ni me sobresalté, ni se me entrecortó la respiración, ni me quise deshacer de esa cercanía. Me quedé inmóvil, sintiendo un abrazo gratuito y anónimo de alguien que, como si hubiese estado leyendo mis pensamientos, sabía que lo necesitaba.

 Cuando me giré para ver al salvador anónimo me quede atónita. “Años sin verte. Pero qué es de ti” Siempre me había gustado ese chico, de esas personas que te inspiran confianza desde el primer momento. No era mi amigo, para qué mentir. Nos conocimos tocando un concierto a cuatro manos y desde aquel momento solíamos coincidir y hablábamos de vez en cuando. Era de las personas que más me había gustado ver tocar el piano: me resultaba hipnótico. Se fue lejos, pero lejos de coger avión y no mirar atrás. Me dijo que le iba bien, realmente bien. Había hecho lo que siempre había querido, había apostado fuerte, pero había vencido. Me gustan esas historias en las que el fracaso es sólo un ser  mitológico. 

No abarcó el tema de una embestida, yo sabía que él no era así. “Yo me voy este martes” me dijo. Sé que quiso significar que el encuentro fortuito entre nosotros no iba a alterar el mundo de ninguno de los dos, ya que nuestros caminos habían diferido tanto. Nada de lo que le dijese iba a cambiar el curso de las cosas. Es una sensación rara cuando ocurre eso: ¿cómo es posible que dos personas entren en contacto y que ocurra lo que ocurra no vaya a cambiar nada? Esa sensación me hizo confiar, posiblemente no en él, sino en la situación. Creo que todavía nadie ha conseguido verbalizar bien un sentimiento o una sensación, no hay idiomas suficientes para ello y eso me echa aún más hacia atrás a la hora de abrirme.  Como me vio reacia a una abertura en canal repentina, me dijo que me fijase en un caracol del suelo. Estuvimos casi media hora con el caracol para arriba, caracol para abajo. "Mira que rápido, está desviado, ayudémosle." Estaba realmente a gusto. Y de repente, fluyeron de mi boca todas esas cosas que no me dejaban dormir. Sin coherencia ni cohesión. La cadena de palabras más sincera y con menos sentido de toda mi vida. Él no me dijo nada, sonrió. Nada de lo que salió de su boca no aportaba nada, pero no tenía porque hacerlo. Cuando terminé, le miré a los ojos como quien pide perdón avergonzado y caminamos hacia casa como vecinos que éramos.

Cuando nos despedimos me dio un abrazo fuertísimo, de esos que das cuando sabes que puede ser la última vez que veas a alguien. Le di un beso en la mejilla. Lento. Con amor. Esos besos para los que cierras los ojos porque quieres sentirlos más allá de la piel. Con verdadero amor. Nos quedamos con las caras a escasos centímetros durante unos minutos, pero no me resultaba tenso en absoluto, parecía que fuese algo cotidiano. Seguíamos en un abrazo que parecía más de amantes que de vecinos. Pero no me importó; porque en ése momento no era un conocido, era la persona que más quería y necesitaba. Y había estado ahí, correspondiendo a mi necesidad.

Al meterme la cama pensé en que tenía que escribir lo ocurrido: quería que quedase constancia de ello, para que no cayese en el olvido. Quizá no como entrada de un blog, sino como un relato personal, pero escribirlo. Y esto ha sido lo segundo que he hecho esta mañana. Lo primero ha sido un café. Soluble. Con sacarina.
 

jueves, 28 de marzo de 2013

vaivén

Nº olvidado de las veces que he intentado escribir algo de continuo, pero aquí estoy. Nunca es tarde para  retomar las costumbres que te hacen sentir  bien. Sean buenas o no.

Alguien dijo que "para escribir bien tienes que estar jodido" y quizá no le faltaba razón. Pero entonces nos involucramos demasiado, nos dejamos la piel hasta sangrar y acabas escribiendo sobre tu ombligo. Y tienes esa sensación agridulce de "he exteriorizado lo que quería pero lo he convertido en materia sin sentido que entiendo yo y... poca gente más".

Por eso mi intención es escribir lo que quiera y porque quiera. Siempre tendrá un matiz de experiencia, de verdad, de algo personal, como considero que tienen todas las cosas a las que nos referimos con "mías", pero quiero intentar que no sean calco de la realidad personal.

Y sin más preámbulos... que comience la función.